
En los últimos años se ha vuelto común que muchos negocios en Puerto Rico contraten diseñadores de otros países. La razón suele ser sencilla: cuesta menos. Y aunque no se trata de criticar a los colegas internacionales —que también tienen talento y dedicación— sí es importante reflexionar sobre lo que estamos perdiendo como país cuando dejamos de valorar el trabajo de los creativos locales.
El diseño no es solo estética, es identidad cultural y comunicación. Un diseñador que vive y respira la cultura puertorriqueña entiende cómo hablamos, qué colores nos representan, qué símbolos nos emocionan y qué frases nos mueven. Eso no lo puede replicar fácilmente alguien desde otro país, porque el diseño también es experiencia de vida.
Cuando se elige únicamente por precio, el resultado puede ser un trabajo correcto, incluso bonito, pero desconectado de nuestra gente. Un logo puede lucir moderno, pero si no transmite la esencia boricua, no conecta. Y conectar es lo que hace que una marca sea recordada, compartida y apoyada.
Invertir en diseñadores locales no es un gasto mayor, es una apuesta por la autenticidad y la economía de Puerto Rico. Es apoyar a los que día a día trabajan aquí, conocen nuestro mercado y tienen la sensibilidad para contar historias que realmente nos representan.
Porque al final, lo barato puede salir caro… y lo auténtico siempre deja huella.